viernes, 22 de marzo de 2024

Metro

 


En el futuro,

No puedes ver la bala en el aire,

Sientes el dolor cuando la bala atraviesa la carne.


También has mirado hacia abajo para ver la tierra

una vez,

Cuando la rosa aún no era rosa,

No sabías quién eras.


Así que piensa en cosechar para sembrar,

Espera el daño para amar,

Las botas de lluvia pisando una mañana 

llena de eco,

Todo es tan familiar,

Quienes siembran ya saben lo que hay en la tierra,

El dolor que aún no ha comenzado a expresarse ya es dolor.

viernes, 4 de agosto de 2023

Los días dejados de percibir

 

Cuando regreso a Guate a veces pienso que nada cambió, y que quizás todavía sigo con alguien. Que L vive en z14, por ejemplo, en el séptimo, y que las hermanas Cortelezzi todavía deambulan en Oakland con botellines de cerveza en la mano y olor a tabaco en la boca y son adolescentes preciosas y muy viciosas que regalaron besos en días que hizo muchísimo sol. 

Raiza Aravi fuma Marlboro Light  en una bajada de Oakland, escondiéndose de sus padres, y su trasero se mira así de bien a las 5 de la tarde, en la bajada del diablo, cuando bajo a echar un vistazo a las cosas que ya conozco y pienso que en sus muslos hay algo muy parecido a la belleza. Cuando me acerco a hablar un rato con ella, y es  la primera vez que hablo con ella, y le acepto un cigarro de los suyos para fumar y me cuenta sus cosas del colegio, gente que no conozco, pero me dice sus nombres y apellidos completos: nombres que suenan a algo en mi cerebro. Todavía muevo la cabeza para indicarle que estoy escuchando, cuando saca el tema de sus hermanos árabes y las drogas que se chutan, historias locas en las que siempre están a punto de que los pesque la policía y pagan Q400 para que los dejen huir. 

-¿Todos los árabes están locos, Raiza? -le digo con esa voz agrandada de los 17 - ¿Todos los árabes tienen que ver con la locura? -Se quedaba pensando en eso mientras fumaba y quería decirle cosas para que nunca se olvide de mí, como que si estuviera en el país árabe de donde vinieron sus padres hace tiempo, nunca habría podido verle la cara, ni sus brackets ni sus piernas en unos leggins de esos. Como una belleza caída, desperdiciada, dejada de percibir.

- Habláme de cerca, Raiza, tirame el humo a la cara, quiero olerte por dentro, quiero oler el humo que acaba de estar dentro de ti -. Y siento que todavía digo esas palabras y todo, y que me pone idiota escucharla, igual que aquellos días, cuando caía perezosamente la tarde sobre nosotros y pensaba que era mucho más grande que yo, con sus pechos marcándose en la blusa, moviéndose un poco cada vez que pasaba un carro y teníamos que subir a la banqueta para dejarlo pasar. Cuando la miraba arrojar las colillas ardiendo sobre el asfalto y soplaba el resto de humo que quedaba en sus pulmones poniendo una boca envenenada de "o". 

Creía que ya éramos grandes, Raiza, eso es, y ahora que vuelvo a Guate veo lo pequeños que éramos, 2 niños de secundaria preciosos, rebeldes, estupidos, y aún pienso que existimos en los mismos lugares de entonces,  escondidos en una bajada. 

Tú y  Oakland y las colillas anaranjadas amontonadas en los tragantes, y cada uno de los atardeceres caídos que siguen ocurriendo en los ojos de niños que van al colegio.  Esos son los días dejados de percibir.







jueves, 26 de enero de 2023

Aoi, la gata panza arriba





“No vale la pena vivir por lo que no vale la pena morir”.


Elisabeth Eliot




2 sojus en el 7-eleven para llevar e ir bebiendo en las calles frías de Shinjuku. Los ojos rasgados de Aoi mirándolo todo: las luces de Tokio. Los carteles gigantes, las letras luminosas, las salas de juego 24 horas, las máquinas expendedoras, los pachinkos! Luego, en las esquinas y en el mundo subterráneo del metro, la besaba, ¡cuánto la besaba! Besos con sabor a guaro en todas las calles del centro y en el sótano de don Quijote. Su lengua picada de alcohol, y era como un beso en una fiesta de 15 años, hace muchísimo tiempo, hace muchísima gente, otro país, tal vez otro Daniel, solo otras personas al frente, y SEGUÍA SIENDO MI TURNO ¡¿En qué momento se iba a acabar mi turno?!! -pensaba- La vida ocurriéndome a chorros. Esta noche, por ejemplo, Aoi con su carita roja por el guaro y la respiración hirviendo de una adolescente borracha que examina desde muy cerca las pupilas. Bastaba un botellín de soju para que los ojos se le derritieran bajo las luces suaves de los comercios.

-"Daniel" -decía ensayando el sonido de mi nombre en sus oídos. -Daniel, decía a media voz, y me sonreía de muy cerca. -Da-niel. -Me tomaba del brazo con las dos manos para olerme como un gato.

-What is it, Aoi? You like my name?

-Daniel. Easy name to remember - decía.

No sabía que el mundo era tan grande hasta que estuve casi dos meses en Asia y descubrí que las madrugadas son demasiado largas como para intentar conocerlas todas, ni siquiera andando como un loco por la noche. Ahora me sentía un idiota por no haber llegado antes a Tokio (10 años antes, por lo menos), para que alguien como Aoi me ocurriera en una noche como esa y me mirara mil veces como solo ella me estaba viendo; para escucharla decir palabras tan grandes como mi nombre. 

-Of course that’s an easy name to remember, Aoi! -le dije- Por supuesto que es fácil recordarlo Aoi!  Existe en todas partes del mundo ¿ya te diste cuenta?  Esta noche hay alguien que se llama Daniel en Cambodia y en Saigon y en Manila. Alguien como yo, Aoi lindísima!, alguien dispuesto a volverse loco por ti.

Para gustarle había que tratarla como a una niña pequeña. Saltar de las banquetas y hacerme el chistoso. Gritar Aoi mi amooooooooooooor!!! Y ella se ahogaba de la risa y aplaudía y se metía en mi abrigo. Un mochilero me dijo una vez en Lisboa que para enamorar a una japonesa había que hablarle estupideces de Godzilla y Pokemon. Ahora estaba seguro de que podía ser verdad.

-Oh you funny Daniel. You funny! -decía, y la cara se se le ponía roja.


Después de un rato, frente a muchas personas silenciosas de la ciudad -japoneses que hacen vidas circulares en las calles alumbradas de Tokio y en el metro nocturno de Yoyogi-, le daba vergüenza que gritara y hablara tan recio y esas cosas del castellano más ruidoso que hsy. Me tenía que regañar y tapar la boca porque me ponía a decir como un loco frente a todos: 

-Ohhhhhh Tokyo my love!!! Oh tokyo my love! - Oh, Aoi my love!!! I just want you right now, you know that? I love your face frantically. Tell you what: I’’m gonna marry you tonight, anywhere, right here! who cares! -y me subía en una banca- ¡Aoi, soy la persona más libre y recia de todo el mundo esta noche y no te has dado cuenta y no me importa nada y te amo!

-Hahahah you crazy, you funny!  -Luego, poniéndose un poco más seria me tomaba del cuello en un callejón: -You really want to marry?

En Kabukichō nos detuvimos frente a un edificio gigante, muy alto y muy delgado, como una aguja envenenada de ventanas amarillas y grises en el lado oeste del distrito, un Love Hotel donde parecía que siempre había gente de otra época asomada en puntillas para espiar la vida de los demás. La entrada era un laberinto de cristales ahumados, biombos de papel, espejos, escaleras y pasamanos brillantes de metal. Es lo que tiene Tokio: todo parece mentira.

Nos quedamos un rato embelesados mirando la fachada, intentando contar los pisos de aquel hotel larguísimo y puntiagudo del que no parecía salir o entrar nadie, pero pronto nos perdimos en la cuenta de los niveles, y cuando las ventanas ya se miraban demasiado pequeñas para poderlas contar, la tomé de la mano y me le quedé mirando fijo hasta que ella también volteó y me vio mirándola.

-What? -dijo con su inglés infantil.

-You wanna go inside? -le dije sin prisa, sonriéndole como un hombre bueno, sonriéndole como un niño de diez años que todavía aparece a veces, cuando me miro en los espejos limpios de Miami y Retalhuleu - y los dos estallamos de la risa.

-ooooohhhh You a playboy Daniel!!! -y me empujaba. -You a playboyl!!!-

Adentro, en lugar de mostrador de recepción había un cartel gigante con fotos de habitaciones imposibles, muy extrañas y muy extravagantes, equipadas con cosas innecesarias y lujosas, un intercomunicador de metal y una máquina de pago con instrucciones en japonés. Debajo de las fotos solo aparecía un precio en yenes por noche, lo que describía a secas como “one night” y luego, más abajo, también traducido al inglés, una segunda opción, que la describía solo como “rest”, que era una estancia de tres horas. 

Escogí un cuarto después de examinar minuciosamente todo el catálogo de habitaciones, el mejor de todos,  uno bueno con sauna, jacuzzi, sillones de cuero blanco, tres duchas y una cama redonda. A Aoi no le pareció mal cuando le propuse ese señalándolo con el dedo, entrar y ver lo que pasaba con nosotros dentro. Me metió las manos en los bolsillos del abrigo, me miró de nuevo a los ojos. -Ooh you playboy Daniel -dijo de nuevo-. You funny but you playboy sometimes. You crazy. I will follow you anywhere.-

Pagamos directo en la máquina con intercomunicador de metal y subimos por un ascensor oscuro al décimo nivel. De pronto allí estábamos, entrando en la habitación: Aoi regañándome como una niña pequeña porque había entrado con los zapatos puestos al cuarto.

-Daniel!!!! You in japan! No shoes inside! you leave them at the door!

-Oh sorry Aoi, i am sorry, ok? -le dije, y le besaba sus ojos japoneses. I am sorry -le decia-. You forgive me, Aoi?? Pleaseeeee? You Forgive me?- Hacía como si le rogaba, me ponía de rodillas  y le besaba las manos.

-Stop. Shut up. No funny.

Entonces la besaba más, por todas partes hasta que se echaba a reír. Me levantaba tomándome de las mejillas. Me examinaba la cara como si me hubiera lastimado. Se quedaba viéndome un ojo y después el otro bajo la luz amarilla del cuarto con movimientos rápidos y bruscos de japonesa, examinándome un poco. Me sacaba la lengua como una niña para decirme que estaba molesta conmigo.

-Can I get you something to drink, Aoi? What do you want? -le dije deslizándome hasta el minibar del recibidor y saqué una cerveza larguísima de una bolsa del 7 eleven, una Kirin Ichiban Lager, mi favorita, de las que habíamos comprado para el camino. Aoi quiso que compartieramos solo mi lata porque -dijo- no habría podido acabar la suya, se habría mareado mucho - me explicó -I get all dizzy, Daniel, feel sick.

-Japonesa gets all drunk, all buzzed?

-yes! Japonesa get drunk.

Aoi se fue directamente hacia la tele. Prendió la pantalla plana gigante que había junto a la cama y la dejó puesta en un canal local aleatorio, en el que había entrevistas y un concurso que no lograba entender, solo escuchaba el murmullo precioso del japonés a lo lejos y las risas del público que aplaudía de vez en cuando para animar a los concursantes. Apagué la luz para que solo pudiéramos vernos alumbrados por los reflejos suaves del programa.

-¿De dónde eres, Aoi? Havent asked you yet - le dije dejándome caer en el sillón grueso de cuero a los pies de la cama. La Kirin Lager estaba todavía fría y llena de espuma, podía sentirla bajar por la garganta. -Come hereeee Aoiii!!! lie down with me coooome on! -le dije- Y Aoi venía suavemente hacia mí, en calcetas amarillas de dibujitos.

-come here Aoiiiiiiiii!!!!

Nos habíamos conocido apenas dos horas antes, en el lobby del hotel donde nos estábamos quedando, al sur de Shinjuku, y todavía no le había preguntado de qué ciudad era. Cuando la vi por primera vez, estaba aburrida mirando su celular en una mesa del bar del hotel, justo a la hora del happy hour,  así que le compré una cerveza para sentarme con ella un rato. Primero la asusté y después le encantó que me hubiese atrevido a sentarme en su mesa para preguntarle su nombre y poderle decir el mío: Daniel,  Daniel en español, ofreciéndole de entrada la cerveza que ya había comprado para ella.  

Después de charlar un buen rato y de reírnos de otros huéspedes que había en el hotel, pagué otras tres cervezas más, unas lager congeladas de máquina que servían en la barra, la mejor cerveza que he probado en toda mi vida, y ocupamos otra mesa, una más pequeña y acogedora junto a la ventana para poder mirar bien a los peatones, mirar el pelo negro de Aoi, sus patillas afiladas de japonesa, su piel transparente, sus manos pequeñas sobre la tabla.

Cuando empezó a hacerse de noche en el bar, me preguntó que si ya conocía Shinjuku y le mentí diciéndole que aún no conocía Shinjuku, que apenas había llegado dos días antes y que había estado en un hotel tranquilo de Shibuya. Eso la emocionó muchísimo y me dijo que podía enseñarme el distrito entero esa misma noche, si eso es lo que yo quería, que sería la mejor guía del mundo. Shinjuku era su parte favorita de Tokio, me lo juraba por su madre, y también era la mía , solo que no le dije nada de eso para dejarla enseñarme algo nuevo. Tomamos un abrigo y salimos juntos hacia el lado norte, atravesando pasos de cebra en rojo con un soju en la mano y Aoi corriendo como en una aventura. La transgresión de normas pequeñas y beber en la calle le daba mucho placer. A mí, de pequeño, me gustaba decirle "libertad".

-I am Japanese, I already told you -dijo sin decir una ciudad en concreto, dejándose caer en el sillón de cuero conmigo, todavía investigando la habitación extraña que rentamos en Kabukichō con sus ojos rasgados. Tenía ese inglés infantil y pequeño que me encantaba. Sabía pocas palabras que se le oían chistosas y metía el japonés para rellenar las frases que olvidaba, como esperando que yo pudiera entenderlo. A veces solo se quedaba mirándome a los ojos cuando no sabía una expresión y me la decía igual en japonés. Otras veces sacaba su celular para usar el traductor de google y las traducciones que me enseñaba eran ridículamente chistosas.  Nos cambiábamos de mano el teléfono para ver y escribir. No entendíamos bien, pero eso era mejor. -Ni una palabra, Aoi mi amor. No hablo ni una palabra en japonés. 

-So you are from Japan -le dije hablándole a través del pelo- no city for you, right Aoi? Aoi from all over the country, is that it?

Me miró confundida y se alejó un poco para poder verme  la cara cuando hablaba.

-"Japonesa". -le dije señalándola-. -Thats how we call you guys in Spanish: japoneses.

-¡Japonesa! - dijo rápidamente, como si esa fuera una palabra japonesa.

-Me japonesa?

-Yeah. You Japonesa.

-¡Japonesa! I love iiii. -dijo aplaudiendo un poco, sonrojándose en las mejillas antes de que la tomara del cuello para besarla.

Tenía muchas preguntas que hacerle (por qué pareces una niña, por qué aplaudes, por qué las japonesas son tan ingenuas, tan femeninas, tan lindas, ¿por qué hueles tan suavecito a mujer, pero al mismo tiempo no hueles a nada? / ¿Por qué tengo que tratarte como a una niña pequeña para que tus ojos se fijen en mí? 

Pero no le pregunté nada de eso.

-¿Qué hace una japonesa en un hotel de Tokio?- Le dije, Aoi acostada sobre mí en el sillón, apoyándome la barbilla en el pecho como un gato adormilado. Respiraba hondo y su cabeza se elevaba con mis pulmones.

-I am on 5 day vacation -dijo. -Love to come to Tokio every time I have vacation. Shopping. Sightseeing. Restaurants. Ma favorite city.-.

Le pregunté cómo estaba pasando sus vacaciones en Tokio hasta ese momento y tecleó mirando hacia arriba en su traductor de Google la respuesta, algo que luego me enseñó y que en español, traducido, se leía: “Me siento como una gata panza arriba”.

-¡¡¿Una gata panza arriba, Aoi?!!! le grité, y nunca me había reído tanto. -¡Aoi, eres mi gata panza arriba!!!!????

Aoi se enojó. Se quedó mirando seria cómo me reía. Los japoneses nunca se ríen así de recio, pensé, y Aoi ni siquiera entendía. Me sacó la lengua. Le encantaba hacerse la enojada conmigo.

-Come oooooon Aoiiiiiiii you are not a serious person, you love to laugh, just like me! you can't be serious right now! specially when you are on vacation!!!  -You feel like a belly-up cat? that's how you feel right now, Aoi??!!! ¿Así es como te sientes?!

Entrecerró los ojos haciéndose la seria de nuevo.

-No funny -dijo, y escondió su cara en mi pecho.

Pasé mis dedos entre su pelo negro, rastrillándolo, y cada vez que pasaba la mano salía de su cabeza un olor delicioso a fresas. Le di muchos besos en el pelo. Parecía que podría quedarse así durante horas, dejándose mimar la cabeza mientras le hablaba.

-And you? - Me preguntó bajito, hablando adentro de mi camisa, examinando mi cadena sin dije. -Where you from?

Qué buena pregunta -pensé entonces-. Después de todo no esperaba que me la hiciera a mí de vuelta, cuando nos conocimos en el hotel ella había dado por hecho que era español. Pero ¿de dónde eras, Dani? ¿De dónde eras?

-Where am I from, Aoi?- le dije ganando tiempo- Where am from??????????? 

-Mjm- dijo- y restregaba su cara en mi cuello como un gato, dejándome pequeños rastros de saliva en la piel mientras la tele sonaba de fondo.

Respiré otra vez levantando a Aoi con mis pulmones y me puse a ver el techo brillante de la habitación, que estaba cubierto de espejos dorados y dragones hechos con yeso, pensando realmente de dónde era. Cada vez que salgo y me siento feliz me doy cuenta de la poca simpatía que tengo por Guatemala. Cuando me siento como un niño pequeño otra vez, cuando me emociono de nuevo y soy alguien libre de verdad: un tigre, Guatemala no me importa nada. Guatemala no estuvo nunca en mis mejores momentos. Fui yo el que hizo los lugares que amó.

-Me I dont know Aoi . I have no country, you know?- le dije. No country for me, Aoi linda. Daniel was born without a country. 

Aoi me miró sonriendo, enredando su dedo en mi cadena sin dije. -You handsome when you speak. -dijo-. -Your voice is loud. Spanish is violent and sweet and crazy at the same time. You are just like spanish: violent and sweet and crazy at the same time.


Me levanté por otra cerveza y prendimos el jacuzzi graduando bien la temperatura del agua para que sacara humo pero no nos quemara la piel. Era un jacuzzi grande de doble nivel, el excedente del agua caía suavemente, como en una cascada, sobre una reposadera y se iba haciendo el ruido del mar.

Aoi se desnudó frente a mí sin ninguna vergüenza y se metió en el jacuzzi. Desde el recibidor la vi andar hasta el baño balanceando las nalgas y posar en el marco de la puerta, volteándome a ver como una gata desnuda que me miraba de espaldas. Una maldita modelo japonesa -pensé-. “You are my japanese model??!! -le dije recio, silbando como indígena, hasta que se puso roja- Is that you, Aoi?! My private Japanese model!!?? -le decía-”. Y Aoi decía roja que sí, MJM. Era mi modelo japonesa privada. 

 Con toda la ropa de invierno que tenía encima no me había dado cuenta del cuerpo hermoso que tenía. Unas curvas sinuosas y un matocho de pelos entre las piernas que me provocaba un morbo extraño del Asia. Sus nalgas eran perfectamente pronunciadas y paradas y redondas y sus pechos se erguían como dumplings empinados al cielo. 

Vi cómo se metía delicadamente en el agua. Primero un pie, después el otro, como una garza japonesa.

-You told me you are from 97, right? -le dije tragando saliva, intentando no parecer impresionado con ella-  So tonight you are 25... -dije por fin incorporándome al frente-. I like 25, you know? My favorite age. Women at 25 are the most beautiful women you'll ever find. They stilll look like teens but they dress and smell like grown up women. It's the exact point between youth and maturity. Es donde una niña se encuentra con lo que será para siempre de adulta.

Aoi se puso de rodillas en el Jacuzzi, y a través del agua podía ver sus caderas anchas descansando sobre los talones. Empezó a dar saltitos y el agua se agitaba junto con sus pechos mojados. Sus pezones pequeños entrando y saliendo del agua. Volví a tragar saliva.

-You not coming in? -dijo poniendo cara de triste, apoyando la barbilla en el borde plástico del jacuzzi mientras flotaba con las piernas en posición de rana y yo miraba sus nalgas dibujándose atrás.

-Of course am coming in - le dije quitándome torpemente los pantalones.

Me metí en el agua caliente 30 segundos después y Aoi me rodeó con sus piernas nomás entrar, haciendo un gemido extraño y muy agudo al sentirme entre sus muslos. Su cara estaba más cerca que nunca, como si nuestros ojos fuesen a tocarse. Me besó metiendo toda la lengua en mi boca. Su aliento alcoholizado al separarse y respirar en mi cara me estaba volviendo loco.

Fue en el jacuzzi de Kabukichō que me atormentó la idea, como a un niño celoso,  de que otro occidental hubiese podido estar así antes con ella, algo que habría detestado de verdad. Quería tanto ese momento, que ese segundo fuera solo mío en su cabeza, que odiaba tener que pensar en alguien más mirándola así como yo la estaba viendo a ella. Solo podía estar yo en una situación parecida a esa -pensaba- para que fuera importante. Solo yo en un Jacuzzi extraño de Kabukichō mirando a esa japonesa desnuda desde tan cerca. Solo un occidental como yo para una oriental como ella para que todo fuera importante.

-¿Has estado con un western? -le pregunté entonces, y fue la única pregunta seria que le hice en toda la noche. Me di cuenta de que un "sí" me habría devastado.

-Western? -respondió-. No. You first western. -dijo, y le creí. Especialmente porque no estaba afeitada (las gaijin hunters siempre están rasuradas) y porque cuando hablaba, la verdad se le salía por los ojos, podía verla como en una ventana.

- I had a boyfriend last year. -me explicó-. Japanese engineer. No good. 2 year relationship. Very bad man. Only person I had sex with in all my life. I sometimes regret it. 

-¿La única persona, Aoi? -le dije-  ¿solo has estado con un ingeniero en toda tu vida?

Aoi me dijo que sí con la cabeza. Solo había estado desnuda con un ingeniero.

-He oído decir que los matrimonios de las mujeres que han tenido intimidad con más de cinco hombres siempre fracasan -dijo en un inglés entrecortado-. Es algo de la mente y del corazón que se pierde para siempre -(creí entender que decía en su inglés entrecortado)-. Quiero casarme, por eso no quiero hacer el amor con más de tres personas, para que mi matrimonio y mi vida funcionen, para que mi familia en el futuro me ame de verdad. Para que yo pueda amarlos de verdad a ellos. Quiero salvar mi corazón.

La besé suavemente en los labios, la tomé largamente entre las piernas, los dos con los ojos bien abiertos para ver lo diferentes que éramos mientras le arrebataba un trozo de intimidad y ella gemía empañándome las pupilas. -I love you Aoi.-le dije. I love you. -y la peiné y la apreté contra mí hasta que volvió a gemir, esta vez respirando agitada con sus muslos temblando, enredando sus dedos en mi pelo y el agua revuelta del jacuzzi se salía por los bordes.

-I love you more Daniel-dijo en medio de un suspiro, y en sus ojos parecía que iba a llorar.


La tele seguía encendida en el cuarto cuando salimos del Jacuzzi después de un buen rato, y de darme una buena ducha con Aoi sentada en mis piernas. Las cortinas blancas de la habitación estaban aún salpicadas por la luz de la pantalla. El programa anterior había terminado y ahora pasaban uno de viajes locales. Aoi salió corriendo en toalla para pegar sus ojos chinos a la tele y subir el volumen. ¡Eeeeee! ¡Eeeeee! Empezó a decir como una cabra. Hey!! ¡Esa es mi ciudad! dijo- y daba saltitos y aplaudía. Me acosté en la cama para verla desde allí.

"Ma City: Saga, Saga! Ma city!" -decía y se emocionaba como si fuera la primera vez que veía su ciudad en la tele. Dejó la toalla tirada, se lanzó a la cama conmigo y me giró la cabeza para asegurarse que yo también estuviera mirando.

-What is it, Aoi?? what is it?

-Look!! My town, my town!

Eran imágenes de un campo amarillo donde entrevistaban a una persona local y luego había una transición suave a la estación de tren del centro, donde una presentadora japonesa pintada de rubio respondía a unas preguntas que le hacían y se reía tapándose la boca. Era un concurso de preguntas a personas locales. Imposible saber qué era, pero el plano de la estación de tren con las familias caminando detrás era precioso.

-It`s a beautiful place- le dije diciendo la verdad, su pelo liso tapándome un poco la pantalla.

-Yeh, beautifu place, -dijo sin quitar los ojos de la tele- beautifu city, -y miraba con la boca abierta. -You must go and visit me!! My brother Akiro will love you!!! -.

-Sabes algo, Aoi? -le dije entonces sabiendo que no me estaba poniendo atención, cuando la veía absorbida por las imágenes de su propia ciudad y apretaba el control remoto de la tele contra sus pechos desnudos y daba saltitos de alegría. 

-Hace muchísimo tiempo, hace más de diez años que no tenía ganas de quedarme a vivir en otro lugar, pero esta noche amo Tokio con todo mi corazón y amo estar vivo y amo esto que estamos viviendo. Es una de esas noches en que puedo decidir una locura. Asia y tú son una locura. Dentro de poco vendré, ya no por ti, sino por Asia. Volveré para quedarme.

Aoi seguía dando brincos en la cama. Ahora pasaban varias imágenes de la plaza central, una laguna llena de  patos y un bloque triste de apartamentos color mantequilla. Seguía absorbida por la pantalla.

-Aoi escucháme: , te amo -le dije-. Amo Tokio Y te amo esta noche. Te amo mucho Aoi. Puedo decirlo y todo, no me importa. Te amo, Aoi. Te amo!!

Cuando el programa terminó y volvimos a besarnos y a acostarnos juntos un buen rato en la cama, y cuando al fin terminamos, se quedó dormida conmigo como una bebé japonesa cansada. Solo faltaba que se chupara el dedo pulgar, pensé, y empezó a tener sueños suavecitos que la hacían balbucear y patear un poco la sábana, como una akita dormida en mitad de cien pesadillas. Los asiáticos duermen en cualquier parte,  pensé después de pocos días en Japón, tienen sueño ligero. Aoi se había quedado dormida con la tele prendida, desnuda, agotada, mojada y doblada a la mitad como una escalera.

Cuando por fin empecé yo también a quedarme dormido oyendo el murmullo embriagador de la tele, abrí un poco los ojos y me encontré con la cara de Aoi encima mío, sus ojos espiándome de cerca.

-¿Qué pasa, Aoi? -le dije incorporándome en la cama-. ¿Estás bien?

-He soñado con Roppongi hills -me dijo todavía con ese aliento adolescente a licor que tenía. Su respiración hervía y su pelo negro caía en mi cuello. No había pasado ni 30 minutos desde que se quedó profundamente dormida y ahora parecía preocupada.

-You know Roponggi hills? -le pregunté.

-Yeah yeah rappongi hills, I love Ropponggi hills -dijo. -But not what I was dreaming of. Daniel I dreamt about you getting lost in the middle of all those people in Roppongi. I was scared and crying, trying to find you outside a building among million people. Like a lost little girl looking for his dad in the crowd. I hate dreams -dijo-. -I hate you getting lost in Ropponggi, Daniel. Not dreaming is better. No Ropponggi is better. No crowd is better-.

No dije nada, solo le acaricié el pelo y le besé las mejillas calientes.

-and you? -dijo con una voz pequeña y llena de miedo, sujetándome desde el cuello cuando me quedé callado.     -You like Ropponggi?

Le di un beso larguísimo en su pelo sudado, que todavía olía a fresas y a una mujer cansada de 25 años.

-I like drinking coffee up the hills, -le dije.- Watching down the hills, you know? I dont like people but I love their problems and their dreams and chasing them in busy days like this. I like to watch them from the distance. Silhouettes of troubled people.

Aoi se aferró a mi brazo sin entender y pegó su rostro para llenarlo de besos y mimos. Después de un rato sentí sus lágrimas bajando por mis costillas, hasta mojar un poco la sábana. Aoi, dormida, había podido ver nuestro final.

-Aoi linda, -le dije moviéndola un poco para que no se quedara dormida-, ¿nos vamos ya? -

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Caminamos todo Shinjuku del brazo y la dejé de vuelta en el Lobby de nuestro hotel, justo donde unas horas antes nos habíamos conocido. El bar ya estaba cerrado y Aoi se paró frente a mí, muy cerca, para anticipar con pánico, la despedida. Allí estaban de nuevo sus ojitos japoneses esperando algo más. Lo único que siempre queda: palabras.

-Da-niel, You love me? -preguntó.

-Of course I love you, Aoi. Of course I love you.

-You sure? you love me?

-Of course am sure. Hundred percent. I was going to marry you, remember?

Aoi intentó decir algo más, quizás algo que no sabía decir en inglés, tal vez algo que la habría hecho llorar, así que apenas abrió la boca para intentarlo y permanecer en silencio.  

Le di un beso sordo en la frente y en su boca cerrada y en el cuello, que le dio muchas cosquillas. Cosquillas que ya no le daban risa.

-Ok, Aoi. I have to go now - le dije y la abracé tan fuerte que se metió en mi abrigo. Me alejé dos pasos hacia la calle y le dije adiós con la mano.

Cuando iba de vuelta hacia la puerta de vidrio para salir del hotel, Aoii me alcanzó sujetándome la manga de la chaqueta. De nuevo su voz desde atrás:

-Daniel where are you going?! -dijo mirándome extrañada, alegándome, y esta vez en sus ojos había una tristeza suplicante muy parecida a la de una madre. 

-Its one o'clock in the morning!! -dijo.- You not sleeping here???! Where are you going?! What’s your room number?!

Nunca me habían gustado las japonesas pero esa noche había amado a una -pensé parado frente a ella, - la chinita que ahora tenía tan cerca y que me miraba triste y cansada y que -lo sabía perfectamente bien- no volvería a ver en la vida. 

No quise decirle mi número de cuarto.

-Roppongi Hills  -contesté, saliendo del edificio, sonriéndole, dejándola ya del otro lado del vidrio.  

-Ready to hide from you in the crowd.







Una habitación para fumadores en Tokio


Las japonesas huelen suavecito a nada. Pasan cerca y nada: perfume de saliva y pelo limpio.

¡Cómo les suenan los zapatos en la calle y el murmullo de sus risas en los cafés y en las aceras y en las filas interminables de restaurantes!  Parecen insectas, cucarachas metidas en abrigos largos de piel que cruzan la calle balanceando delicadamente las caderas. Sensaciones de que aquí todo es mentira.

¡Qué espectáculo Japón! ¡Qué elegante! Las gabardinas, los señores con sus maletines negros y las patillas afiladas, las caras serias de los ejecutivos de ventas, los lentes sin marco metálico, el silencio, las espaldas rectas, el honor, el cabello canoso, las jóvenes con faldas minúsculas, sus piernas blanquísimas, sus botas altas de caricatura y las medias transparentes!

A las señoras la vida se les acaba esperando en pasos de cebra y en andenes de trenes de cercanías, y cuando ya han cumplido cincuenta años, se desprecian mirándose de cerca en los espejos. Caras sabias de chinas arrugadas con matochos de pelo rojizo y abombado que aprietan en peinados de aeromosa, “¡¡ooohh nantekotta!!! ¡ooooh mierda!!!!! ) un pelo rizado que las hace llorar todas las veces, poniéndose las manos sobre el rostro cuando se sientan en el tocador de madera a mirarse un buen rato la cara, ya cuando la belleza se les ha ido por el retrete. Bajan a la cocina, se calientan un vaso con agua en el microondas y en lo que esperan el pitido final piensan que han regalado su vida a las dilaciones del transporte y a los amores incendiados de aburrimiento. Los amores que no sirven para nada y las esperas del metro pueden acabar con cualquiera.

3 japonesas en vestidos de franela rosados salieron fatigadas,como polillas envenenadas a las calles mojadas de Shinjuku. 8 de la mañana y sus caras inflamadas por el alcohol se miraban brillosas bajo el sol enrojecido del 9 de diciembre.  El día las encontró así,  borrachas y derrengadas al amanecer, acostumbrando sus ojos pequeños a la luz brillante que hacía afuera de la discoteca. Hace un frío del demonio pero el sol alcanza a tocar sus muslos blancos y el lado derecho de sus caras redondas y las calienta un poco cuando van hacia la boca del metro. Van a sus casitas a dormir pero primero van a comer algo en la estación de Shinjuku-Sanchome, un buen ramen con té helado. Luego dormir hasta que pase la resaca. Esta noche hay una habitación para fumadores en Tokio que tiene mi nombre.









domingo, 28 de agosto de 2022

Parte 2. Patrullando Santa Lucía. Río de las Comadrejas.




Llueve pero la lluvia es triste y caliente en las banquetas apagadas de la costa.  

La caída es tibia, lenta y deprimente en el cemento recalentado de Santa lucía Cotzumalguapa, detrás de las fachadas color pistacho y los niños con la cara llena de mocos que pasan deslizando sus dedos sobre los carros mojados, intentando verse las caritas feas en las ventanas chorreadas.

 

La costa es tibia, tonta y caliente y los pájaros trinan cuando escampa y es tan triste verlo así, //de tan cerca// cuando ya has visto tanto la belleza. 

 

Sentarse en el parque y dejarse golpear por el calor, el olor del asfalto empapado, el sonido de una carreta de helados y el recuerdo antojadizo del sur y de una mujer que nadaba de espaldas en una piscina de Iztapa. Sensaciones de la costa que aún no puedo olvidar.

 

La belleza es triste para quien ha vuelto alguna vez a la fealdad -pienso-.  Más bien: La fealdad es terrible para quien ha experimentado tanto con la belleza. 


Estiro las piernas en la banca del parque y escribo en las notas de mi celular: 


Aunque no haya nada para estar triste, hoy es triste, y también lo fue ayer, en la Nueva Concepción y en Tiquisate. Es lo que tiene escuintla y las escuintlecas, y una navidad ratosa en Mazatenango sin aire frío en el pelo. No hay belleza en un atolladero.

 

Cuando son las nueve de la noche en el reloj de la parroquia dejo el parque. Salgo a la carretera y me detengo a tomar una cerveza congelada en el T21 viendo a la “élite” de Santa Lucía Cotzumalguapa, con sus camisas de botones y sus carros europeos y sus mocasines sin calcetín y las mujeres de 30 con el pelo pintado de rubio que miran con curiosidad la gente que entra por el estacionamiento de grava. Bailan sentadas en las sillas altas, pegando traguitos a sus cocteles de colores mientras te miran. 

 

Me quedo un rato oyendo tres canciones. Algo de los hombres G y bunbury en vivo, aplaudiendo apenas cuando el cantante agradece y salgo de allí para siempre. Camino una cuadra más arriba, cien metros sobre la carretera para beber otras dos cervezas en El Patio (“Lounge Bar", pone el letrero), 2 gallos heladas porfa padre, bebiendo de pie junto a la barra mientras examino a las personas que pasan sus sábados en ese lugar, con sus mejores ropas y sus complejos de superioridad pequeña, hecha a la medida de santa lucía cotzumalguapa. Lugares de moda pero llenos de motos en el estacionamiento y morenos que les suda mucho la cara que bailan hacinados con morenas de 19 años y 30, según se puede ver de los grupos variopintos (palabra de Anna).

 

Miradas cruzadas y 90 motos fondeadas en el parqueo y labios negros sudados y las botellas apiladas en las mesas como pinos de boliche.  

 

Aquí las mujeres beben para emborracharse -pienso-, no para pasar un rato desapercibidas o aliviar el calor. Beben para acabar mal y bailar con alguien. Beben para desfigurar un pueblo que conocen demasiado. Un sitio al que quisieran renunciar para siempre.

 

También hay música en vivo esta noche en el Patio, cantante desconocido, pero se oyen los autos de la carretera roncando a través de la pared y hay niños con cositas para vender en la entrada que se asoman desde el portón hacia la vida adulta que quieren, donde estoy yo encendiendo un cigarro con la misma curiosidad que tienen ellos.

 

Busco donde sentarme, el lugar está reventado y dos morenas borrachas me salen al paso, como si hubieran nacido espontáneamente de las luces y el humo dulzón de la pista. Como si hubiesen bajado de un ovni cuando me hablan agarradas del brazo muertas de pena, cubiertas de luces verdes y amarillas en el rostro.

  

“Se lo van a robar”, dice una de ellas riéndose, roja de la vergüenza, roja del atrevimiento, roja de haber dudado tanto, invitándome a bailar después, repitiéndolo mil veces porque no puedo oírlas en la música y les digo ¿qué?!?!  Aprovecho a pedirles direcciones para el barrio buenos aires. Conocen?!

 

No se vaya a meter allí, dicen mojándome la oreja de saliva. Es muy peligroso ese lugar. Mejor quédese aquí, con nosotras. Estamos en aquella mesa mire, y señalan con los labios.

 

Echo un vistazo a la mesa. Hay cuatro o cinco personas morenas de pie en una mesa alta que ven hacia nosotros. Los saludo con la mano. Ellos también me saludan con la mano.


 No hay guaro en todo el lugar -pienso-, ni vasos con hielo, ni hieleras, solo envases de cerveza rodeados de servilletas que se ven como celuloides bajo La Luz enloquecida del local. La gente bebe exclusivamente Gallo y ha comenzado ya levantarse un olor a melaza, como si mil vacas respiraran al mismo tiempo.

 

Enciendo un cigarro frente a las chicas.  Tengo que irme ya- les digo yendo hacia el parqueo de tierra, soplándoles el humo en la cara hasta que cierran un poco los ojos. 

 

No sea así.

 

Voy a regresar en un rato -les digo.





 

 

     Encuentro mi carro en el parqueo de grava cuando van a ser las diez y media de la noche y salgo apurado hacia el Barrio buenos Aires, pidiendo direcciones en una gasolinera Puma y otra vez en un sitio de hamburguesas, donde más o menos me indican cómo llegar.


En el primer semáforo después del entronque bajo la ventana para preguntar a alguien que va caminando si es que ya voy en dirección a buenos aires. Así es mi amigo, dice. solo suba bien las ventanas y no pare hasta que salga a la avenida. 

 

Le sonrío-, ¿hay lugares para tomar algo en buenos aires?

 

Uno o dos, dice. Allí va a escuchar la música después de un rato: el tronerío. Pero no se baje. Ya le digo yo. Puede regresar aquí a la derecha. Hágame caso.

 

Cinco cuadras después escucho el ruido de la música, el jolgorio del pueblo en sábado: un tecno chabacano, electrizado y brincón, una música chillona y agresiva mezclada con reggaetón y voces nasales superpuestas en un micrófono. 


Estaciono junto a la banqueta, bajo a la calle y voy inmediatamente a la entrada oscura de la taberna para que me revise un guardia de seguridad gordo de camisa cuta que tiene el logo cosido en el pecho. Casi puedo verle el ombligo desde arriba. “El Príncipe Azul” se llama el lugar, peor aún: “Sport Bar Príncipe Azul”, y allí van a parar todas las quincenas de los jornaleros de Santa Lucía Cotzumalguapa. 


Allí están las pequeñas mujeres interesadas en las pequeñas ganancias de los trabajadores. Pequeñas gold diggers de la costa, pequeñas arpías, pequeñas cazadoras de pequeñas fortunas. Interesadas en  motos llenas de luces y mitsubishis lancer modelo 98 y libretas de ahorro con montos pequeños, suficientes para un cubetazo congelado de Ice los sábados y el acceso a una mesa de madera de pino sobre la que habrán de emborracharse, despegándose mil veces como larvas para orinar en una cuneta llena de hielo y bailar con sus pequeños cuerpos al ritmo del Remixx. Borrachas, cuzcas y ardientes, poniéndose frente a su enamorado para que las baje hasta un entendimiento propio y sexual de la música, a sus antojos más primitivos. Sudar en los cachetes, revolverse el pelo caliente con las dos manos y moverse contra el afortunado que pone cara de placer cuando la siente, entrelazando los dedos en la nuca como si nadie  más pudiera verlos en ese lugar. 


Huele a pis, desodorante rancio y tabaco dulce de contrabando. Huele a primarias abandonadas, a embarazos no deseados y cesáreas, huele a peleas con trozos de vidrio, interiores de carros mojados y patadas en la cara, como si en cualquier momento hubiera de ocurrir una tragedia. Basta que un borracho se meta en una bronca -pienso-, basta que pase botando un plato ajeno de manías para que todo vuele en pedazos.


Me instalo en una mesa en la orilla que acaban de desocupar.  La cerveza cuesta diez quetzales y la pasan con un plato plástico de boquitas con chile Valentina y un limón partido. La boquilla de la botella huele a metal pero está casi congelada y me enfría los pulmones al bajar por la garganta. Pienso en lo mucho que me gusta estar vivo.

 

Pido dos, tres y hasta cuatro cervezas más antes de irme para siempre de ese lugar, que está ahora repleto, y es como ver la tele. Una película apagada de la costa sur, el ocio de los trabajadores calientes de santa lucía cotzumalguapa bebiendo y bailando con movimientos distintos a los que se ven en las ciudades: más salvajes, torpes y bruscos al mover los brazos, más primitivos y toscos. Un reality de santa lucía cotzumalguapa. Un espionaje a lo que pudo ser mi vida: la vida que pudo tocarle a cualquiera. Ahora solo la veo de afuera, gracias a Dios, de lejos, fumando y bebiendo cerveza, sacudiendo la ceniza sobre el plato de manías con chile. Yo puedo abandonar esta vida en cualquier momento y esas personas no. Mañana me alejaré de ellos para siempre.

 

Pago la cuenta a gritos con el mesero para que pueda oírme en medio de la música y toda la gente que pasa empujándose entre las mesas para salir a la pista de baile o para usar el baño con el cincho ya desabrochado.

 

Estoy de nuevo en la calle, donde comienza a ocurrir lo que estaba buscando. Los rastros de un cubano desaparecido.






El barrrio buenos aires está allí, despertando frente a mí, sin esconderse, y lo recorro desde la esquina opuesta a donde parqueé. Voy hasta las calles de arriba, que alcanzo a ver de puntillas, y llego al corazón del barrio, donde vive la gente apuñuscada.

 

Las familias están en las banquetas, han sacado sillas y mesas y beben con las puertas de las casas abiertas, donde se puede ver los cuartitos pintados de rosado adentro y los focos azules y unas luces de navidad que nunca quitan de las ventanas. 

 

Las salas familiares quedan inmediatamente después de las puertas de hierro, con alguien mayor viendo la tele reclinado en ropa de dormir y pantuflas grandes de mujer. En la calle, novios besándose. Jóvenes bebiendo con los pies colgando de una palangana, abuelas de pelo hongo con la nuca rapada y niños persiguiéndose en las banquetas. Es un barrio violento -se mira- un barrio para que los delincuentes amen a sus familias los sábados y  domingos y besen a sus mujeres en la boca y hagan reír a sus amigos, antes de volver a delinquir religiosamente los lunes.

 

La música punzante y lejana del Príncipe ahora se mezcla con la música del barrio, las bocinas de cada familia, y hay una pareja que baila en el asfalto mojado, ocupando la calle entera, en la que hace diez minutos que no pasa un carro. 

 

La gente es casi tan sencilla como en Río Bravo o Pochuta -pienso-, pero hay una alegría torpe y promiscua en los más jóvenes. Son viciosos y atrevidos y colochos. Caminan erguidos y se pintan de rubio una parte de la cabeza. Se la decoloran con agua oxigenada o algún otro químico barato, un reactivo que los hace parecer famosos. Descamisados de California.

 

Tienen que ser salvadoreños, nicaragüenses u hondureños-pienso-, estarán de paso para México-Estados Unidos. Son más prepotentes, altaneros y abusivos que los guatemaltecos, que más bien son inseguros y huraños. La maldad del guatemalteco es íntima y silenciosa, se gesta en su corazón; los catrachos, en cambio, empuñan su violencia con orgullo, enseñan los dientes rotos y los cigarrillos detrás de la oreja cuando cruzan la calle, sonríen al ser arrestados. 


Deben estar en ruta a mejores lugares que este pero son viciosos y tontos a la vez. Han conseguido una guatemalteca, una morena de santa lucía Cotzumalguapa y ahora la besan y la tocan febrilmente a través de los pantalones, en la calle, mientras ella vigila mil veces que no venga nadie, un conocido, un familiar, un miembro de la iglesia que las vea. Qué pena. No hay dinero más que para comprar un litro de cerveza o un brik de Don Simón fiado, pero se ve que han pasado toda la tarde achispados pidiendo plata en la avenida de las barberías del centro y ahora tienen el cuello quemado por el sol y las ideas entumecidas por la hierba. 


En la mañana habrán consiguido lavar amenazantemente un par de windshields a cambio de unas monedas, por el Campero del centro, donde las putas salen a descansar de la música en las banquetas y se exhiben a los conductores, invitándolos a parar más adelante. A pasar adelante. Aunque sea solo para charlar. Pero apenas son adolescentes de 17 o 18, esos colochos, valientes, bravos y perdidos, capaces de matar a una persona esta misma noche y de amar y de llorar viendo una película navideña.






En la última calle del barrio descubro una familia entera sentada alrededor de una mesa plástica que sacaron al asfalto, protegida del posible tránsito de motos por un carro estacionado que los cubre. Un carro que debe llevar meses sin funcionar con maleza creciendo entre las llantas ponchadas.

 

-Buenas noches -les digo acercándome, investigando la comida y las latas tibias de cerveza que tienen encima. Son ellos lo que estaba buscando. Las huellas de un negro comandante que pudo pasar por allí, hace mucho tiempo, antes de 1953.

 

-Buenas noches buenas noches joven, buenas noches,  van diciendo todos en desorden con un hilo de voz  automático, amable y perezoso. No están acostumbrados a ver gente que no sea del barrio, pienso, se nota por cómo me miran, divertidos y extrañados. Lo conocen todo en esas calles como para saber que solo ando buscando algo antes de irme: El posible paso de Almeida por sus vidas deprimentes. 

 

Hay señores muy mayores, adultos y niños, pero he venido a hablar solo con el más grande de todos: el abuelito moreno de pelo blanco que está sentado en la cabecera.


-Estoy buscando a un cubano -les digo de entrada a todos-. 


-Más bien la historia de un cubano. Alguien que ya està muerto. ¿Alguno de ustedes estuvo alguna vez en cuba? 

 

Se quedan callados pensando en ello, como si hubieran podido estar en Cuba solo que no lo recordaran en ese momento, como si tuvieran que pensarlo un rato para saberlo. 


-¿En cuba, canche? Dice el que se ve que habla más, el más avispado de todos. -En Cuba no-.Y estoy a punto de preguntarles maliciosamente “¿y en dónde sí?”


-Sí, en cuba. -le digo.

 

-Ninguno de nosotros canche, pero hay un doctor cubano que vive a dos cuadras de aquí mire -comenta una señora. -¿Anda buscando al doctor? 

 

La señora saca su teléfono de la blusa, de entre los pechos, tal vez buscando el contacto del doctor cubano para dármelo.

 

-No estoy buscando al doctor cubano- le digo, solo quiero saber si hace años vivió aquí un negro, alguien de cuba, alguien negro.  


-¿El doctor que ustedes conocen, es negro? -les pregunto.


La señora del celular se mete un dedo en la boca, lo muerde y llena de saliva antes de sacarlo y contestar.

 

-No-oh, dice. Así: “no-oh”, con dos sílabas, después de pensar un rato si el doctor cubano era o no era negro.

 

-¿Ustedes son de aquí? ¿De toda la vida? -les pregunto mirando al más viejo.

 

-De toda la vida -contesta entonces el viejito moreno aclarando la garganta, escupiendo la flema a un lado de la silla. -De las pocas familias que nunca nos fuimos de aquí -dice-, y que tampoco recordamos a qué hora vinimos, ni quién nos trajo!

 

Todos se ríen apagadamente del comentario del viejo -que hace un esfuerzo enorme para seguir hablando recio.-

 

-Hable bajito papa, se va a cansar -le dice una de las señoras, una de sus hijas. -Tome agua-, y le pone un vaso de duroport bajo la nariz que el viejo rechaza empujándolo con la mano, poniendo cara de bebé desesperado.

 

-¿Señor a usted le suena haber visto a un cubano negro?- le digo al viejo,- hace muchísimos años, aquí, tal vez en 1952, alguien que se enamoró de una luciana.

 

El viejo se lo piensa bien antes de abrir la boca. Mueve los labios y un bigote gris recortado a la perfección que tiembla sobre sus dientes para sopesar bien lo que dirá. Parece maximón, un muñeco hecho de madera al que toda la ropa se le ve  grande y que ahora tiene cara de querer mentirme, decirme que sí, que conoció a un negro en los años 50 y esas cosas, alguien  que se enamoró de una mujer de santa lucía y las historias que se le pueden ir ocurriendo en el camino ¡Se le antoja tanto decirme una mentira! -puedo verlo en sus ojitos podridos de ciruela-, se muere por mentirme y hablar toda la noche de sus cosas pero la familia podría descubrirlo diciendo una mentira y qué vergüenza. La mentira siempre es una decisión para la que hay tiempo de sobra -pienso ahora-. Siempre da tiempo de escoger entre una verdad y una mentira. El viejo escoge decir algo más.


-Todos se enamoran de una luciana -dice, y al empezar a sonreír comienza a toser.

 

Almeida bosque, -pienso un momento frente a la familia y el viejo que tose-, el guerrillero negro del granma siempre decía que fue en méxico que se sintió persona por primera vez. Allí compuso una canción para una mexicana que se llamaba Guadalupe. La primera vez que no se sintió un animal, un simple negro. La primera vez que la belleza se fijaba en él después de tanto tiempo corriendo detrás de ella, intentando escapar de la fealdad.


¿Qué ocurrió en guatemala, comandante? -quisiera preguntarle alguna vez, en el cielo- ¿Estuvo en estas calles mugrientas usted también, acaso igual que yo? ¿Fue aquí y no en México que se enamoró de una mujer? ¿acaso México y Guatemala no son lo mismo para un cubano, para un extranjero nacionalista? ¿Fue aquí que descubrió que era una persona de verdad, alguien normal? que alguien lo acarició por primera vez en una noche parecida a esta, a las noches escupidas de La habana?

 

Me despido de la familia y camino toda la calle de regreso, hasta que la música del Príncipe vuelve a sonar altísimo. Parece la misma de cuando llegué, el tecno loco y brincón y chabacano, solo que ahora se oye la gente desde adentro cantar y hay una fila de morenos en la puerta queriendo entrar con sus mujeres agarradas de la mano. El bouncer detiene la cola en lo que se desocupa alguna mesa en el interior, después les dice que pasen. 


Hay un par de colochos salvadoreños u hondureños con matochos de pelo pintado recostados en la palangana de mi carro bebiendo cerveza. Una taconuda de brahva cada uno en sus manos rematadas con esclavas plateadas.

 

Abro la puerta del carro y se acerca uno de ellos a pedirme dinero.

 

-¿Para qué lo queres? -le digo.

 

-Para comprar algo de comer en la tienda -dice.

 

Le sonrío y me subo al carro. Bajo la ventana.

 

-Si me hubieras dicho la verdad te hubiera dado por lo menos 10 pesos ahorita. -le digo.

 

-Va pue, -dice con el tono grueso y estomacal de los hondureños/salvadoreños – es para comprar un par de cervezas.

 

-Sí pero ya me mentiste -le digo-. -Escogiste decir una mentira - le suelto como un hombre viejo y los dos nos quedamos viendo un rato a los ojos, sonriendo por esa lección estúpida que le doy.

 

Salgo de nuevo hacia la carretera pensando en terminar la noche cerca del centro, en cualquier lugar que encuentre abierto a esa hora de la noche y pueda beber una cerveza más antes del cierre. Un último sitio que patrullar.


Pongo algo de música en la radio: Milanés y Varela. Silvio y Montañez.


¿Qué pensará el viejo de Salamá esta noche -me digo entonces bajando un poco la música para pensar,  mirando la luz del carro que se tira sobre las fachadas pobres de las casas que voy dejando en el camino - acerca de la libertad y de las personas que renuncian a lo que aman, a su libertad? Acerca de la última vez que las personas vieron lo que más querían sabiendo que pronto iban a abandonarlo?  -¿El viejo habría conocido a Almeida de verdad? Almeida en Ciudad de México, Almeida en medio de la oscuridad? 



Orillo el carro en un terraplén y escribo en mi celular: 



Por si acaso nunca vuelvo a mirarlo, señor de la chamarra de Iberia y las piernas flacas de Salamá, por si acaso nunca más vuelve a encontrarme, por si acaso no vuelve nunca a sonar mi voz un micrófono, quiero decirle que santa lucía es como decía: Una noche estúpida bajo el cielo en llamas de Camagüey.